Buenos Aires, 2004
Su obra se cargó de un delicado dramatismo.
Utilizaba ya nuevos elementos para producir: hilos de colores que podía coser sin esfuerzo, pequeñas telitas gastadas por el uso, diminutos almohadones sobre los que apoyaba sus huesos. Frases escritas que pegaban en su corazón y ayudaban a contener el miedo. “La muerte es parte intermitente de mis días”, tomada de un poema de Alina Tortosa era repetida como un mantra. “El amor es el perfume de la flor”, la frase simple de Liliana Maresca lo emocionaba.
Las bordó una y otra vez, “Acabo de tomar conciencia que vivo proyectado al futuro”, la frase de su amigo ariel lo ordenó…
“Quiero estar a la altura de mi trabajo. Bordar lo que pienso, lo que siento” repetía. En busca de esa verdad, su obra se alejó del alegre desenfado de sus comienzos y se tornó lúcida, cruda, tierna.
El trabajo de Feliciano Centurión fue una declaración de amor constante y desesperada.
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