Asunción, 1991
Feliciano Centurión, como muchos llevados por la diáspora que este país impone a sus hijos, se vio ocupando lugares ajenos, demorado en estudios de pintura en Buenos Aires hasta recalar en este sitio que fue suyo con la mirada extraña y un acento distinto: su pintura trae el bagaje de los talleres porteños prontos a actualizarse con el último grito que también alguna vez podría ser el de la pintura de ese país; él lo sabe y, a pesar de su juventud, intenta a través de esta muestra liberarse (porque asume que su innegable oficio de pintor no basta para cumplir el compromiso con la búsqueda de verdades nuevas) y se dispone a defender sus descubrimientos y sus conquistas de los embates de la triste fascinación de las modas.
Esa fuerza ya se prevé en sus obras, con su color, su espontáneo gesto, sus atentas construcciones, imágenes de trivialidad transfigurada”
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