Buenos Aires, Marzo de 1999
Nuestro siglo ha insistido con vehemencia en un ítem curioso: las relaciones entre arte y vida. A menudo se sostuvo que aquel retaceaba plenitudes que solo podrían visitarse desbordando la formalidad restrictiva de la obra.
Feliciano Centurión emigra muy joven a Buenos Aires, ciudad en la que fallece su madre y cuyo recuerdo protector parece convocar a lo largo de toda su producción. Muy pronto habría que sentir la necesidad de una corporeidad más precisa para sus pinturas y las frazadas vinieron a proveerle esa sensualidad retaceada (¿Qué mejor amparo que cobijar lo amado en una pequeña manta?).
Primero fueron los tradicionales estampados industriales con líneas o motivos planos y sencillos que cubren toda la superficie donde hospedaba sus refinadas y bucólicas escenas de animales. Luego elegiría diseños más elaborados, frecuentemente con grandes ciervos o tigres a los que poco añadía, lo imprescindible para resaltar sus rasgos o completar el entorno. Mundos idílicos, estampas de ensueño.
Pero, ¿qué sucede cuando esa plenitud anhelada se encuentra con la amenaza de su cancelación? La aparición del SIDA generó en los países del hemisferio norte diversas manifestaciones en el mundo del arte. Desde la elaboración de una gráfica combativa y militante como la de los anónimos artistas que trabajan para ATC-UP*, hasta el testimonio lacerante del derrotero de la enfermedad de los cuerpos y las vidas, lo artístico fue reconsiderado como herramienta, espacio fecundo para luchar por lo que siempre pareció excederlo: la vida misma.
Por razones que sería largo considerar, en nuestras latitudes los artistas afectados no hicieron inicialmente pública su condición. Tampoco sus obras hablan de ello de modo manifiesto. Pero este engañoso repliegue podría ser la ocasión de profundidades más maravillosas.
En la obra de Feliciano Centurión, hacen eclosión sus estrellas o flores. Ha comenzado a confeccionar personalmente sus propias frazaditas a partir del clásico “escocés” que nos acompañara en nuestra infancia. Entonces, Feliciano selecciona carpetitas circulares y concéntricas en crochet** y ñanduti*** de mujeres paraguayas y del litoral argentino residentes en Buenos Aires, a menudo madres y abuelas de sus amigos, sin indicarles nada en cuanto a forma y color. Él se maravillaba de los diálogos que entablaban esos círculos, como se iban ordenando en rondas y constelaciones por lógica propia. Su paso más radical se había inaugurado con esta suerte de abandono de la voluntad de autor.
Feliciano Centurión realizaba críticas prácticas de visualización y afirmaciones terapéuticas. Las frases que hasta entonces poblaban las paredes de su casa encontraron alojamiento en las frazaditas, tras horas y días de bordar y bordar.
¿Qué explica tanto empeño en el labrado de una palabra en un paño pequeño que será recluído en la domesticidad más secreta?
Ceremonias intangibles, mínimas y reiteradas como un rezo. Lo absoluto día a día. Finalmente, Feliciano se encuentra con los quereres de otros, otras plegarias y otros sueños. Otras esperas y salutaciones. Puede ahora, despojado y liviano, “abrir su mirada al hallazgo, ese encuentro del espíritu con el mundo, con Todo lo que Es”.
Hurga en tiendas de objetos usados como un arqueólogo sentimental para dar con bordados anónimos, frecuentemente inconclusos.
Servilleteros, pañuelos, delantales almohadillas. Misterios de otras vidas, tareas caprichosas extraviadas de sus sentidos a las que agrega una palabra o completa el pétalo faltante. O quizás ni eso le parezca necesario y solo las acomode sobre sus frazaditas y las orle de tela sedosa restituyéndolas a su esplendor, regresándolas a la circulación de las cosas del mundo. Como un injerto de sueños en ánimos añosos, desleídos que se han marchado antes, se ha ido ya, en caravana, por el tiempo de las cosas.
Propósitos incógnitos, estaciones del alma y una posta infinita, desbordada. Todo fluye. Nada tiene fin.
El artista dedicado a inculcarnos sus pareceres y reflexiones se ha retirado por completo ya, para que los asuntos de la vida irradien su animación minuciosa y constante.
No más testimonios ni comentarios. Ni la esterilidad tosca y terca de luchar contra la muerte, porque la vida ya ha ganado, por atajo, sustrayéndose a las vocaciones didácticas del mundo del arte, liberando sus territorios para las labores del alma, donde nada tiene fin.
(*) ATC-UP, agrupación de portadores y enfermos del SIDA que luchan por sus derechos.
(**) Crochet, tejido de una sola aguja.
(***) Ñanduti, voz guaraní que significa “tela de araña” y que generalmente es utilizada para denominar al clásico encaje fino del Paraguay.
Texto curatorial para la muestra “Últimos trabajos” realizada entre Mayo y Junio de 1999 en el Centro Cultural Juan de Salazar, Asunción, Paraguay
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